martes, 20 de abril de 2010

Compras necesarias: El ciclo de la vida

Para ciertas cosas, soy el tipo de cliente del que los vendedores huyen. No me gusta ir a las tiendas a menos que sepa exactamente qué es lo que quiero, pues de lo contrario pasaré horas tratando de decidir en qué diablos gastaré mis (bien o mal) ganados centavos.

Creo que sé la razón. Desde pequeño mis padres me hicieron comprender el valor del dinero, y sí, fuí de esos niños que heredaban la ropa de los hermanos y cuando conseguía estrenar algo, generalmente era una talla más grande para cuando creciera me siguiera quedando bien. Esto muestra un problema que se intuye facilmente: cuando por fín me quedaba bien la ropa ya estaba en condiciones de ser cambiada (eso sí, nunca andar mal vestido) o heredada a mi hermano menor.

No, no me estoy quejando. Mis padres se las ingeniaron para que jamás me faltara algo, y con ello me enseñaron a usar las cosas hasta que se convirtieran en trapos para lavar el auto, tras lo cual regresaban a la tierra. El ciclo de la vida. Basta decir que justo ahora escribo desde un escritorio que me compró mi padre para incentivar que hiciera tarea. De eso hace ya quince años.

Dicha costumbre me ha traído bastantes ventajas, y en realidad no envidio a los que se cansan de unos pantalones por que "ya se los han visto mucho" y tienen que comprar otros, dejando a los primeros en la plenitud de su vida útil y guardados para no ser usados jamás, como delicioso tocino que caduca en un rincón al fondo del refrigerador. Además las enseñanzas de mis padres me han permitido sentir especial placer y satisfacción cuando estreno algo (y cuando como tocino).

El problema real con todo esto, es que cuando necesito comprar algo, casi puedo ver la cabeza flotante de alguno de mis padres diciendo: "Acuerdate que lo vas a usar un buen rato" y es ahì cuando la compra se complica.

Es por ello que hoy que me ví en la necesidad de comprar una silla, y contra las politicas de la empresa que las vende y el buen ánimo del empleado, pasé creca de una hora alternando mi derriere entre las dos que cumplían con los requisitos estéticos, ergonómicos y presupuestales. La mirada del vendedor pretendía apurarme, pero yo era un hombre en una misión: encontrar la silla adecuada. Y es la silla desde la que escribo, y (si no me hago la vasectomía antes) con suerte será la silla desde la que mis hijos escriban de cómo su padre los obligó a usar la misma silla hasta que se convirtió en trapo para lavar el auto volador. Con más suerte lo harán mientras disfrutan los discos que compro ahora y no post regaetón desde su bio-iPhone o una chingadera así Crucemos dedos.

jueves, 15 de abril de 2010

Cosa de insomnes

Dedico esta primera entrada del blog a su madre. No, no a su madre de usted, sino a la progenitora del blog que es la falta de sueño.
Desde que tengo memoria soy un ser nocturno. En mis años mozos la rutina era la siguiente: a las nueve de la noche, después de ver McGiver  (razon por la cual me uní a los scouts, pues era el requisito para usar navaja) me mandaban a dormir. Entonces yo deliberadamente recordaba una tarea que me habían dejado, un tema importantísimo que debía platicar con mis padres o cualquier pretexto semicreíble para permanecer más tiempo despierto. Cuando mis intentos fallaban, me iba a regañadientes a la cama, donde permanecía despierto esperando que los demás en la casa se durmieran. Entonces la casa era para mí. Podía ver los programas de adultos, ("El mundo de Luis de Alba" y "Las gatitas de Porcell") prepararme "platillos especiales" (generalmente pan bimbo con chocolate en polvo) y en fin, hacer lo que me diera la gana con tal de que fuera en silencio.


Recuerdo un capítulo de la serie Pete & Pete, The Nightcrawlers, en la que Pete chico se convence de que "la hora de dormir" es una conspiración de los adultos para mandar a los niños a la cama mientras ellos hacen cosas geniales. Desafía la hora de dormir e intenta romper el record mundial de 11 noches en vela. Mi héroe. Desvelarse a esa edad era divertido, misterioso y secreto.

Creo que es como lo que ocurre con los ginecólogos. En un momento de sus vidas el cuerpo femenino era exitante y misterioso pero ahora es su chamba y puede ser una monserga.

Lo malo no se detiene en querer dormir y no poder. Lo peor es que en esos momentos el cerebro entra en un modo "Rompe todo, chinga todo" y cualquier problema que durante el día se puede ignorar cómodamente con una buena película, ahora parece ser todo lo que existe (creo que debo hacer más ejercicio). Entonces, con la desesperación de no poder dormir y las ganas de hacerlo, el insomne se llena de epifanías (si salgo todas las tardes a correr con el perro ya la hice, a huebo, mañana mismo empiezo) Estoy seguro de que hay quien ha encontrado la solución al calentamiento global, la cura del sida, resuelto el asesinato de Paulette y de JFK, y hasta descubierto el sentido de la vida, todo dando vueltas en la cama para la mañana siguiente no acordarse de un carajo

Al comentar la situación con amigos me han recomendado Valeriana, Té de doce flores, flores de Bach, ejercicio (¡ya sé que tengo que hacer más ejercicio!) y hasta un baño de lechuga. No sé que tanto funcionen las flores, pero últimamente me he aventado una mezcla de té con valeriana que hacen las desveladas más divertidas y las epifanías más idiotas.

Me cae que me gusta la noche. De verdad. Pero a veces creo que los días serían un poco mejores si pudiera descansar un poco más... o si consiguiera un trabajo que no me obligue a levantarme a las seis de la mañana. Como sea, me voy a la cama a ver si descubro el misterio de la virginidad de María en el Golden.