Creo que sé la razón. Desde pequeño mis padres me hicieron comprender el valor del dinero, y sí, fuí de esos niños que heredaban la ropa de los hermanos y cuando conseguía estrenar algo, generalmente era una talla más grande para cuando creciera me siguiera quedando bien. Esto muestra un problema que se intuye facilmente: cuando por fín me quedaba bien la ropa ya estaba en condiciones de ser cambiada (eso sí, nunca andar mal vestido) o heredada a mi hermano menor.
No, no me estoy quejando. Mis padres se las ingeniaron para que jamás me faltara algo, y con ello me enseñaron a usar las cosas hasta que se convirtieran en trapos para lavar el auto, tras lo cual regresaban a la tierra. El ciclo de la vida. Basta decir que justo ahora escribo desde un escritorio que me compró mi padre para incentivar que hiciera tarea. De eso hace ya quince años.
Dicha costumbre me ha traído bastantes ventajas, y en realidad no envidio a los que se cansan de unos pantalones por que "ya se los han visto mucho" y tienen que comprar otros, dejando a los primeros en la plenitud de su vida útil y guardados para no ser usados jamás, como delicioso tocino que caduca en un rincón al fondo del refrigerador. Además las enseñanzas de mis padres me han permitido sentir especial placer y satisfacción cuando estreno algo (y cuando como tocino).
El problema real con todo esto, es que cuando necesito comprar algo, casi puedo ver la cabeza flotante de alguno de mis padres diciendo: "Acuerdate que lo vas a usar un buen rato" y es ahì cuando la compra se complica.
Es por ello que hoy que me ví en la necesidad de comprar una silla, y contra las politicas de la empresa que las vende y el buen ánimo del empleado, pasé creca de una hora alternando mi derriere entre las dos que cumplían con los requisitos estéticos, ergonómicos y presupuestales. La mirada del vendedor pretendía apurarme, pero yo era un hombre en una misión: encontrar la silla adecuada. Y es la silla desde la que escribo, y (si no me hago la vasectomía antes) con suerte será la silla desde la que mis hijos escriban de cómo su padre los obligó a usar la misma silla hasta que se convirtió en trapo para lavar el auto volador. Con más suerte lo harán mientras disfrutan los discos que compro ahora y no post regaetón desde su bio-iPhone o una chingadera así Crucemos dedos.